La milenaria búsqueda del Santo Sepulcro, ¿Dónde fue enterrado Jesús?
En lo más profundo del casco antiguo de Jerusalén, entre callejones de piedra desgastados por siglos de peregrinación y fe, se alza una basílica que guarda en su interior uno de los mayores misterios de la cristiandad: el Santo Sepulcro
abril 17º 2025, 12:23:52 p. m.
Allí, entre el incienso y el silencio reverente de miles de fieles, la historia parece flotar suspendida. Pero, ¿es ese realmente el lugar donde fue sepultado Jesús?
El historiador y antropólogo Ariel Horovitz, director del Moriah International Center, emprendió un viaje desde los vestigios del palacio de Herodes para intentar responder esa pregunta que atraviesa no solo a la fe, sino también a la arqueología y a la historia. Y lo hizo en el momento más simbólico: la Semana Santa.
“Jesús fue juzgado como sedicioso por proclamarse ‘Rey de los Judíos’. Fue un juicio con fuerte carga política, en un tiempo en el que Roma no toleraba desafíos”, explica Horovitz, parado frente a los restos de aquel majestuoso complejo herodiano. Desde allí, Cristo habría sido conducido por la Vía Dolorosa, un recorrido marcado por el hostigamiento, la humillación y, finalmente, la crucifixión.
La historia continúa con un detalle clave: el cuerpo fue retirado de la cruz al caer la tarde del viernes, conforme a la ley judía, limpiado, envuelto en un sudario —el célebre Sudario de Turín— y enterrado en una tumba nueva. Pero ¿dónde?
“Hay distintas teorías”, afirma Horovitz, sin perder el equilibrio entre ciencia y espiritualidad. “Los protestantes, por ejemplo, se inclinan por el Jardín de la Tumba, a unos 600 metros de aquí. Fue descubierto en el siglo XIX, y tiene una impronta más moderna y ‘natural’. Pero para el resto del mundo cristiano, el Santo Sepulcro es el lugar donde todo ocurrió: crucifixión, sepultura y resurrección.”
La distinción no es menor. El Santo Sepulcro, ubicado donde antiguamente estaba una cantera fuera de los muros de la ciudad, fue cubierto en el siglo IV por el emperador Constantino con una basílica que buscaba preservar y honrar ese sitio sagrado. Durante siglos, las tradiciones, los relatos de los peregrinos y hallazgos arqueológicos sostuvieron su legitimidad.
Pero no es la única posibilidad.
En los años 80, en el barrio de Talpiot, al sur de Jerusalén, se descubrieron diez osarios —urnas funerarias de piedra— con inscripciones sorprendentes: Yeshu bar Yosef (Jesús hijo de José), María, y hasta un posible Santiago, hermano de Jesús. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? “En su momento generó revuelo, pero debemos recordar que esos nombres eran extremadamente comunes en la época”, aclara Horovitz. El propio historiador Flavio Josefo mencionó al menos a 21 hombres llamados Jesús en sus escritos.
El análisis posterior descartó que se tratara de la tumba del Nazareno. “Fue una curiosidad, nada más”, resume el experto.
Quedan entonces dos candidatas firmes: el Santo Sepulcro y el Jardín de la Tumba. Horovitz se inclina claramente por la primera, no solo por la tradición, sino por elementos arqueológicos. “La tumba está tallada en la roca y, según algunos testimonios antiguos, allí sobresalía una piedra que señalaba su importancia”, explica. Además, el lugar estaba fuera de la ciudad en tiempos de Jesús, como dictaban las normas funerarias judías.
Sin embargo, hay un dato que aún hoy genera debate. La tumba que se observa en el Santo Sepulcro fue datada por algunos estudios en el siglo VII u VIII a.C., lo que parecería contradecir los Evangelios, que indican que Jesús fue enterrado en una tumba nueva. Aun así, otros arqueólogos sugieren que esa datación podría referirse a una reutilización posterior o a una confusión con estructuras adyacentes.
Horovitz concluye con la prudencia del académico y la sensibilidad del creyente: “¿Podemos asegurarlo al 100%? No. Pero por todo lo que sabemos, lo más probable es que aquí, en el Santo Sepulcro, hayan ocurrido los hechos que marcaron la historia del cristianismo.”
Mientras el sol cae sobre Jerusalén y las campanas repican, la ciudad sigue custodiando ese enigma sagrado, abierto a la fe, a la historia y a la eterna búsqueda de respuestas. Porque tal vez, más allá de la piedra o el osario, lo que verdaderamente permanece es la huella invisible de un hombre que cambió al mundo.
El historiador y antropólogo Ariel Horovitz, director del Moriah International Center, emprendió un viaje desde los vestigios del palacio de Herodes para intentar responder esa pregunta que atraviesa no solo a la fe, sino también a la arqueología y a la historia. Y lo hizo en el momento más simbólico: la Semana Santa.
“Jesús fue juzgado como sedicioso por proclamarse ‘Rey de los Judíos’. Fue un juicio con fuerte carga política, en un tiempo en el que Roma no toleraba desafíos”, explica Horovitz, parado frente a los restos de aquel majestuoso complejo herodiano. Desde allí, Cristo habría sido conducido por la Vía Dolorosa, un recorrido marcado por el hostigamiento, la humillación y, finalmente, la crucifixión.
La historia continúa con un detalle clave: el cuerpo fue retirado de la cruz al caer la tarde del viernes, conforme a la ley judía, limpiado, envuelto en un sudario —el célebre Sudario de Turín— y enterrado en una tumba nueva. Pero ¿dónde?
“Hay distintas teorías”, afirma Horovitz, sin perder el equilibrio entre ciencia y espiritualidad. “Los protestantes, por ejemplo, se inclinan por el Jardín de la Tumba, a unos 600 metros de aquí. Fue descubierto en el siglo XIX, y tiene una impronta más moderna y ‘natural’. Pero para el resto del mundo cristiano, el Santo Sepulcro es el lugar donde todo ocurrió: crucifixión, sepultura y resurrección.”
La distinción no es menor. El Santo Sepulcro, ubicado donde antiguamente estaba una cantera fuera de los muros de la ciudad, fue cubierto en el siglo IV por el emperador Constantino con una basílica que buscaba preservar y honrar ese sitio sagrado. Durante siglos, las tradiciones, los relatos de los peregrinos y hallazgos arqueológicos sostuvieron su legitimidad.
Pero no es la única posibilidad.
En los años 80, en el barrio de Talpiot, al sur de Jerusalén, se descubrieron diez osarios —urnas funerarias de piedra— con inscripciones sorprendentes: Yeshu bar Yosef (Jesús hijo de José), María, y hasta un posible Santiago, hermano de Jesús. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? “En su momento generó revuelo, pero debemos recordar que esos nombres eran extremadamente comunes en la época”, aclara Horovitz. El propio historiador Flavio Josefo mencionó al menos a 21 hombres llamados Jesús en sus escritos.
El análisis posterior descartó que se tratara de la tumba del Nazareno. “Fue una curiosidad, nada más”, resume el experto.
Quedan entonces dos candidatas firmes: el Santo Sepulcro y el Jardín de la Tumba. Horovitz se inclina claramente por la primera, no solo por la tradición, sino por elementos arqueológicos. “La tumba está tallada en la roca y, según algunos testimonios antiguos, allí sobresalía una piedra que señalaba su importancia”, explica. Además, el lugar estaba fuera de la ciudad en tiempos de Jesús, como dictaban las normas funerarias judías.
Sin embargo, hay un dato que aún hoy genera debate. La tumba que se observa en el Santo Sepulcro fue datada por algunos estudios en el siglo VII u VIII a.C., lo que parecería contradecir los Evangelios, que indican que Jesús fue enterrado en una tumba nueva. Aun así, otros arqueólogos sugieren que esa datación podría referirse a una reutilización posterior o a una confusión con estructuras adyacentes.
Horovitz concluye con la prudencia del académico y la sensibilidad del creyente: “¿Podemos asegurarlo al 100%? No. Pero por todo lo que sabemos, lo más probable es que aquí, en el Santo Sepulcro, hayan ocurrido los hechos que marcaron la historia del cristianismo.”
Mientras el sol cae sobre Jerusalén y las campanas repican, la ciudad sigue custodiando ese enigma sagrado, abierto a la fe, a la historia y a la eterna búsqueda de respuestas. Porque tal vez, más allá de la piedra o el osario, lo que verdaderamente permanece es la huella invisible de un hombre que cambió al mundo.